Ábdul
la receta medicinas, plantas y una buena dieta, la daba masajes, la estiraba y
colocaba una a una todas sus articulaciones, pero a pesar de todo nada conseguía,
su cuerpo estaba encogido y tieso…
Ábdul ya no sabía que hacer, ni a quien
acudir y el califa iba pediendo su confianza al igual que la salud de la joven
Zaira.
Una mañana todo cambio para Ábdul, en el
zoco conoció de forma fortuita al joven Hixem, un joven y humilde vendedor de
aceites y esencias muy exóticas. No le había visto nunca en el zoco. Eso no era
lo más inquietante, era la forma en aplicar un masaje a una anciana en su
humilde tienda, era pases suaves, dulces, parecía que la estaba acariciando más
que masajeando… Ábdul estaba asombrado,
más que un masaje era como un baile embriagador, como inquietante fue el
resultado, la mujer lloró y se fue con un pasó jovial y ágil.

Giro con la dulzura como un amante, el
cuerpo de Zaira, y prosiguió el masaje o tal vez el baile. La princesa rompió a llorar, sus
lágrimas eran silenciosas pero casi imperceptibles…
Hixem, cubrió a la princesa con una
sábana de seda, recogió sus frascos los guardo en su sencillo bolso y se
dispuso a partir.
Ábdul le detuvo y muy inquieto preguntó
-¿Cómo lo has hecho?, ¿Quién os ha enseñado a masajear así?.
Hixem con una voz suave y mirada
profunda le contestó:
- Maestro, mi masaje es acariciar
con mis manos su cuerpo para llegar a su alma, me lo enseño el médico de
médicos el gran Avicena-.
No hay comentarios:
Publicar un comentario