Toda masajista, por su profesión
y vocación, se dedica a mejorar la calidad de vida de las personas que pasan
por sus manos, se da cuenta sin querer, de que su trabajo, en la mayoría de ocasiones,
va más allá de sus manos.
Nuestro trabajo, (visto muchas
veces por ignorancia, como algo superficial, y exclusivo
de unos pocos), nos transforma de una forma fortuita y natural en confidentes, amigos, en terapeutas del alma,
nuestros clientes nos van poco a poco abriendo sus corazones, cada vez que se
tumban en nuestra camilla de masaje.
Desde los 22 años me dedique a dar masajes… sin dejar de estudiar y mejorando día tras
día, curso tras curso… quiromasaje, deportivo, sensitivo, metamórfico, reflexología
podal, naturopatía, tailandés, kobido…
Muchas veces, después de cada masaje, un pálpito o tal vez, una inquietud me
invadía, una sensación de “falta algo”, buscando cada vez más esa parte sutil y energética
de la que un día ya lejano dude y de que ahora es el centro de mi trabajo y
dedicación, creciendo como persona a parte de cómo profesional…
Todo para descubrir que mis manos seguían su propia intuición,
llegando a crear su propia dinámica
sanadora a todos los niveles del ser, de forma holística y a veces impresionante,
haciendo desaparecer bloqueos energéticos, causantes de mil y un males de hoy.
Es MARAVILLOSO sentir esta sensación que va más allá de las manos.
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