En la naturaleza, se ha observado en
miles de ocasiones, como muchos animales
se han rebozado por fangos y arcillas como medida preventiva o de higiene, un
instinto y necesidad tan primordial como alimentarse o aparearse. Elefantes que
retozan en aguas embarradas para proteger su piel y enfriarla contra
el sol africano o como caballos salvajes de Australia sumergen sus patas en
arcillas cuando tienen alguna herida es solo unos pocos ejemplos, de la intuición
de los animales, esa intuición que hemos perdido…
Sin lugar a dudas, el hombre primitivo,
como tribus actuales que viven en la edad de piedra tuvo que usar los barros,
para protegerse del solo, insectos,
curar heridas e incluso entablillar miembros rotos.
Los datos escritos más antiguos datan
del Egipto antiguo, donde arcillas, esencias y masajes compartían un pacto, una
unión donde el principal objetivo era la búsqueda, desde la belleza y prevención,
hasta la salud y depuración.
Hoy en día se usa mucho las arcillas, a
nivel popular, hay muchos sitios al aire libre donde decenas de personas se reúnen
para disfrutar de sus propiedades balsámicas, reconstituyentes y analgésicas. Todos
hemos oído hablar de tal pueblecito o tal salina o tal riachuelo donde hay
pozas de aguas embarradas, muy visitadas en días festivos.
Sus propiedades son ampliamente probadas
y muy extendidas… desde la belleza como reconstituyente y embellecedor de la
piel, ha tratamientos de lesiones en músculos, ligamentos y articulaciones, sin
dejar de lado tratamientos menos conocidos, de uso interno, para úlceras
digestivas y remineralizante.
Estos son solo pequeños apuntes para
una terapia muy agradecida y complementaria a un masaje.
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